Temores e
inseguridad multiplican el estrés a tal grado, que los placeres y la
comodidad que la abundancia de bienes pueden comprar, no quitan la
intranquilidad del alma, sólo le dan un descanso, para volver con
más fuerza, pasada la distracción.
Pensando en la lucha del hombre por almacenar riqueza, el Señor
Jesucristo contó una parábola donde el rico, al contemplar todos sus
bienes, dijo: Alma, muchos bienes tienes guardados para muchos años;
repósate, come, bebe, regocíjate. Pero no había tomado en cuenta a
Dios, quien le dijo: Necio, esta noche vienen a pedirte tu alma; y
lo que has provisto, ¿de quién será? (Lucas 12:19,20).
Es por esto
que también preguntó: ¿Qué aprovechará al hombre, si ganare todo el
mundo, y perdiere su alma? ¿O qué recompensa dará el hombre por su
alma? (Mateo 16:26).
En Dios
solamente está acallada mi alma; de él viene mi salvación. Él
solamente es mi roca y mi salvación (Salmo 62:1,2).
Si buscamos a
Dios y descansamos en sus promesas y en su fidelidad, las dudas y
los temores huirán, y nuestra alma encontrará la tranquilidad que
necesita.
Andar al lado
de Dios, tomados de su mano, es gozar de sus promesas, pues es
asirnos de la esperanza la cual tenemos como segura y firme ancla
del alma (Hebreos 6:19). |
ALMA
Y PECADO
Este es el
peor de los problemas que rodean al alma.
Es el pecado
que llena la mente de pensamientos vanos, argumentos falsos y
filosofías artificiosas y mantiene entretenida al alma, mientras se
aleja más y más de la base real para la fe.
Es el pecado
que dice que es mejor gozar de los bienes temporales y vivir en
deleites, aunque esto signifique despreciar la mano horadada de
Cristo, extendida para ayudar y otorgar así la seguridad que el alma
requiere.
Es el pecado
que ciega los ojos y no le deja ver al alma que se encuentra alejada
de Dios y que anda por caminos errados.
Y con una
mente llena de pensamientos vanos, un alma entretenida en bagatelas
y unos ojos cegados ante la realidad, ¿cómo podrá salir de su
condición errada y llena de peligros? Si usted se siente seguro y
confiado, ¿captará el peligro? Pero la verdad permanece, y ¡nada la
cambiará!
El alma
que pecare, esa morirá; el hijo no llevará el pecado del padre, ni
el padre llevará el pecado del hijo (Ezequiel 18:20).
Dios proveyó,
en su Hijo unigénito, el Pastor y Obispo para nuestras almas, |