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SEMBRADOR No. 766 - Página 3

 

1 de Enero de 2009 | Año 115                                            Descargar versión PDF


          FE Y BUENAS OBRAS           

Muchos encuentran esto un tanto contradictorio: ¿por qué, si Dios rechaza las obras, éstas son necesarias para demostrar que la fe no está muerta?

Para eliminar esta confusión, las Sagradas Escrituras usan dos términos que hacen la diferencia muy clara:

1. Las obras de la carne (Gálatas 5:19). Todo lo que hacemos en nuestras fuerzas y para satisfacer nuestros deseos.

2. Las obras o el fruto del Espíritu (Gálatas 5:22). Las acciones y el carácter que el Espíritu de Dios produce en sus hijos al tener el control de sus vidas.

Las obras que Dios desea ver en nosotros son las segundas, las del Espíritu, pues declaran que nuestra fe no está muerta (Santiago 2:17,18), es decir, se da a conocer por medio de acciones.

Las acciones de dos personajes subrayan esta verdad:

1. Abraham, a quien Dios le pidió le ofreciera su hijo en holocausto (Santiago 2:21-23).

2. Rahab, a quien se le indicó que colgara un cordón de grana en su ventana (Josué 2:15-18; Santiago 2:24-26).

Estas acciones nos hablan de lo que Dios pide de todo aquel que dice creer en Cristo:

Os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional (Romanos 12:1).

Como a Abraham, Dios nos pide que pongamos nuestra vida en su altar. Esto demuestra que lo reconocemos como Dios y que lo aclamamos como Señor.

Por tanto, no te avergüences de dar testimonio de nuestro Señor (2 Timoteo 1:8).

Después, como a Rahab, se nos pide que declaremos que hemos tenido un encuentro con Dios y que demostremos ante aquellos que antes nos conocían, que ahora somos diferentes.

Estas dos acciones las observamos en la declaración del apóstol Pablo: Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí (Gálatas 2:20).

Reconocer a Cristo como el CONSUMADOR de la fe, implica demostrar que ya no tengo mi fe puesta en otro lugar o persona, que me he arrepentido de haber oído los engaños de Satanás y andado por sus caminos y que ahora he puesto mi vida:

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