EL Sembrador

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INVIERNO Sembrador Año 111 No.753 Octubre de 2005

» Invierno

» La oferta de
Dios

» El tiempo del
hombre

» La advertencia
de Dios

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“Pasó la siega, terminó el verano,
y nosotros no hemos sido salvos”
(Jeremías 8:20).

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» Estudios
Biblicos No. 68

EL día y la noche, el verano y el invierno, se suceden con precisión cronométrica; de la misma forma, las oportunidades vienen y van, aunque muchos piensan que lo que no se pudo hacer hoy, se podrá hacer mañana. Sin embargo, hay un ciclo del cual estamos convencidos que no habrá repetición: el de la vida y la muerte. La oruga que se convierte en mariposa, ya nunca más se arrastra por el suelo; la flor que se marchita, jamás vuelve a abrir sus pétalos; el árbol que es derribado, ya no se yergue para dar sombra en el bosque… Así, los tiempos de la vida pasan, y sus oportunidades, para nunca más volver.

La oferta de Dios

Cuando el Dios de amor vio la decisión que había tomado el hombre, de rechazar su autoridad y buscar su propio camino, su paciencia fue mayor que su ira, y en su gracia preparó el medio para que obtuviera el perdón de sus pecados y escapara así del castigo que merecía por su rebeldía y obstinación.

El hombre se cree autosuficiente y capaz de encontrar la solución de todos sus problemas, pero hay una condición que, por sí solo, nunca podrá cambiar.

El profeta Jeremías, hablando en nombre de Dios, dijo: Aunque te laves con legía, y amontones jabón sobre ti, la mancha de tu pecado permanecerá aún delante de mí (Jeremías 2:22).

Por esto es indispensable aceptar la oferta del Dios de toda gracia: Venid luego, dice Jehová, y estemos a cuenta: si vuestros pecados fueren como la grana, como la nieve serán emblanquecidos; si fueren rojos como el carmesí; vendrán a ser como blanca lana (Isaías 1:18).

Pero una oferta sólo se acepta cuando se ve la necesidad y se reconoce que el medio que antes se usaba para suplirla no era adecuado. Es aquí donde la criatura ofende a su Creador. Es en este punto donde el hombre dice, por medio de sus actos, que sabe más que el Omnisciente. Muchos aseguran: No soy pecador; otros dicen: Conozco otros medios, y unos terceros, con conciencias cauterizadas, exclaman: Soy pecador, ¡pero no me preocupa!

Sin embargo, la oferta de Dios sigue en pie, esperando que el pecador se arrepienta y busque en Jesucristo, el Hijo de Dios, el único medio provisto para quitar su culpa y cubrir su transgresión.

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El tiempo del hombre

Cuando el Eterno habla con lo temporal; cuando el Infinito se comunica con lo finito; cuando el Inmutable se manifiesta a lo pasajero, es error imperdonable concebir que lo que en el contexto divino es eterno, infinito e inmutable, no tenga ni tiempos, ni límites, ni condiciones en el contexto de lo temporal.

En las ofertas del comercio y de todo lo que se lee y se escucha en los medios, aceptamos sin queja alguna que las ofertas tengan sus fechas de inicio y término, y en varios casos se lee la cláusula: Hasta agotar existencias.

Con la oferta de Dios, ¿pasará lo mismo? Permítanos asegurarle que sí es así. El tiempo dado al hombre para que éste pueda hacer suya la oferta del Dios Soberano, ¡sí tiene límites!

a) La época consciente del hombre, que va desde su niñez hasta el momento en que una enfermedad o un accidente merme su facultades de razonar y de decidir.

b) La vida física del hombre, nos referimos al lapso que transcurre entre su nacimiento y su muerte.

c) La disponibilidad del necesitado. Entendamos por esto los momentos en que el mortal deja de pensar en lo temporal para dedicarse a analizar su vida en el contexto de lo eterno.

Pensemos en lo lógico de estas limitantes:

Dios busca una respuesta razonada y consciente, porque se debe llegar a un compromiso. Si el hombre pide que en sus convenios se lea: “Yo, en pleno uso de mis facultades, declaró que…” ¡mucho más lo exige Dios!

¡Cuántos testamentos nunca llegan a firmarse, porque se deja hasta que ya es tarde! Así, cuántos pecadores se pierden porque, aunque su corazón aún late, su mente ya no razona.

Dios pide una respuesta personal, por eso se ha de aprovechar su oferta estando en vida, pues nadie puede tomar esta decisión por otro. Puesto en el contexto humano, Dios no acepta “cartas poder” ni nada semejante.

Finalmente, Dios no obliga al pecador a que busque en la sangre de Cristo, el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo (Juan 1:29), el remedio para su mal. Espera a que cada quien analice su condición y sea guiado a una decisión sabia con respecto a su pasado y su presente.

La condición es que el ser humano analice su estado y considere sus actos para llegar a tres decisiones básicas:

a) No soy todo lo que puedo ser, ni hago todo lo que debo hacer. Esto, ante Dios, me constituye en un pecador.

b) No puedo borrar ni eliminar las consecuencias de mi pecado. Esto, ante la justicia de Dios, me hace merecedor de la muerte y del castigo eterno.

c) No puedo, en mis propias fuerzas, modificar mi forma de ser y de actuar. Por eso me declaro en urgente necesidad de Dios y siento un profundo dolor por todo lo que he vivido ignorando a Dios y despreciando su oferta en Cristo Jesús.

Nuevamente, analicemos lo lógico de estas conclusiones.

Dios no va a ayudar a quien no está completamente convencido de su urgente necesidad de un Salvador que perdone su pasado, y de un Señor que controle cada acción de su vida presente.

Dios no va a escuchar a quien no clame a él desde lo profundo de su corazón; pues espera que se llegue a un compromiso que nace por comprender el amor detrás de la oferta de un Sustituto para llevar su condenación y por aceptar que tal amor, que dio todo lo que tenía, sólo puede ser correspondido por un amor que también se compromete a poner todo lo que es y todo lo que tiene a los pies de quien reconoce como Soberano.

Dios sabe que sin un convencimiento razonado y sin un compromiso, nacido de un corazón sincero, la gracia manifestada sería recibida en vano y la virtud de la sangre de Cristo no sería usada en su plenitud. El plan de Dios no incluye a hijos débiles que no saben apoyarse en su poder para vencer el pecado, ni a creyentes a medias que no tienen la fe suficiente para creer y obedecer todo lo que Dios les dice y, por tanto, no muestran santidad en su vida.

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La advertencia de Dios

Cuando el Soberano de toda la tierra ofrece una solución tan amplia y tan perfecta, otro error del ser humano es pensar que no va a mostrar su ira cuando sus criaturas lo desprecian.

Dios ya pronunció esta advertencia: No contenderá mi espíritu con el hombre para siempre (Génesis 6:3).

La revelación de Jesucristo para los años que ya vivimos sobre esta tierra, nos asegura que la ira del Cordero un día caerá sobre los rebeldes, y que hay un lago de fuego donde pasarán la eternidad todos los que, según sus obras, demostraron que despreciaron y aún se burlaron de la oferta de Dios en Cristo Jesús (Apocalipsis 1:1; 6:16; 11:18; 20:13,14).

 

Estimado lector: No deje pasar más tiempo, la oferta de Dios puede llegar a su límite en cualquier momento y, después, sólo quedará una horrenda expectación de juicio (Hebreos 10:27). 

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