1° de Julio de 2010 Año 116, No.772

TENGO DEBILIDADES

El recién nacido, acostado en su cuna, ¡cuán débil e indefenso se ve! Sus padres comienzan a ayudarlo a andar, a hablar y a valerse por sí mismo en las cosas esenciales de la vida como comer, vestirse y cuidar de su higiene personal, pero, ¿todas las debilidades del pequeño pueden ser suplidas por los padres?

Precisamente, porque no pueden ser suplidas en su totalidad, existen: guarderías, escuelas y centros de salud. Pero, con estas instituciones, ¿se cubren todas las necesidades del ser humano?

La verdad es que no, pues se necesita de un sinnúmero de otras instituciones para corregir y controlar todo tipo de desviaciones y disfunciones; y de otras más, para contener (pues no se pueden eliminar) los actos contra la seguridad y el bienestar de la sociedad.

Hay recursos para minimizar las debilidades del cuerpo, hay quienes están para resolver los problemas de la mente, pero si nos detuviéramos a ver nuestro corazón, lugar donde nacen los sentimientos, las emociones y los deseos, llegaríamos a la conclusión de que necesitamos de alguien más sabio que el hombre para ayudarnos en estas nuestras debilidades que son más profundas y de mayor transcendencia.

Reconocer una debilidad es el paso inicial y sumamente necesario para pedir ayuda. Quien no da este paso, sea por orgullo o vanidad, o bien por ignorancia, no ve la necesidad de buscar ayuda.

SOY PECADOR

A estas debilidades, Dios las llama pecado y, precisamente, porque soy pecador, necesito urgentemente la ayuda de Dios.

Hay muchas razones por las cuales se pide ayuda: se quiere sobresalir, se anhela ser diferente, se desea resolver un problema, salir de una crisis económica, recuperar la salud… y muchas cosas más.

Aunque algunas de estas razones pudieran parecer buenas, a ninguna de ellas responderá Dios con tal solicitud y en forma tan abundante, como la que mueve a un pecador a confesar su necesidad de perdón y su deseo de ser transformado por la mano y el poder de Dios, en un nuevo ser, libre de toda ligadura al pecado, condición que lo ha llevado a cometer actos condenados por la ley de Dios, tales como mentir, codiciar, odiar o buscar el mal del prójimo.

PUEDO SER TRANSFORMADO

Dios espera oír el clamor de su criatura antes de actuar. En su sabiduría, conoce lo importante que es pasar por la experiencia de sentirse pecador y en gran necesidad de la transformación que él ofrece.

“El Sembrador”
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