Esto nos confirma que,
aunque Dios es justo y es severo al castigar, su corazón se duele al hacerlo y
quisiera que el hombre dejara su mal camino y se volviera a él pidiendo
clemencia y misericordia, ofreciéndose, voluntariamente y con corazón
arrepentido, a cumplir sus leyes y ser fiel a su causa.
En el Nuevo Testamento la
verdad paralela es esta:
Porque la gracia de Dios se ha manifestado para salvación a todos los hombres, enseñándonos que, renunciando a la impiedad y a los deseos mundanos, vivamos en este siglo sobria, justa y piadosamente (Tito 2:11,12).
Aquí leerá la palabra
gracia con más frecuencia que misericordia; pero nos hablan del mismo atributo
divino: el que hizo posible que la brecha entre un Dios santo y el hombre
pecador se cerrara, que la justicia de Dios proveyera un sustituto y que la
salvación se ofreciera gratuitamente a todo aquel que cree.
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LA GRACIA DE DIOS
No podemos pensar en la
gracia de Dios, sin tomar en cuenta su justicia; ni resaltar su clemencia y
misericordia, sin considerar su soberanía y severidad.
La severidad de Dios nos
confirma que de ningún modo tendrá por inocente al culpable (Números 14:18).
Pero su bondad proveyó un sustituto, su amado y único Hijo, quien llevó él mismo
nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero, para que nosotros, estando
muertos a los pecados, vivamos a la justicia (1 Pedro 2:24); para que todo aquel
que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna (Juan 3:16).
En resumen: En
concordancia con los atributos de Dios, es indispensable que:
1. Dios, en su
soberanía, decida cuál es el camino para que el hombre sea objeto de su
clemencia y de su misericordia.
2. El hombre, usando su
libertad de elegir, decida si obedece a Dios o no.
Por esto, Dios no puede
salvar a todos los hombres, pues entre ellos hay quienes no quieren
obedecerle. ¿Entiende la problemática? ¿Cuál es su decisión?
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