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SEMBRADOR No. 758 - Página 3

 

1 de Enero de 2007 | Año 113                                            Descargar versión PDF


Si en alguno o en todos estos puntos hay, en el fondo de su corazón, duda, insatisfacción o anhelo de algo mejor, su camino es el arrepentimiento.
Pero inicie con una mirada en tres direcciones: 
Hacia arriba: Vea la perfección y santidad del Dios que lo creó. Revise su vida frente a la ley que él estableció para sus criaturas; ley dada por Moisés, pero confirmada por Jesucristo. ¿En cuál o cuáles de sus mandamientos ha fallado y cuántas veces lo ha hecho? Si tan sólo ha fallado una vez en uno de esos mandamientos, ya está separado de la presencia de Dios que no tolera el pecado, es decir, la infracción de la ley (1 Juan 3:4). 
Hacia adentro: Vea lo que usted es y lo que ha hecho, sienta dolor por su condición y confiese sus limitaciones. No intente iniciar otra vez en sus propias fuerzas ni busque en otro mortal la ayuda que usted necesita, ¡volverá a fracasar!, ¡volverá a pecar!
A su alrededor: Convénzase de que no hay nada ni nadie en esta tierra que pueda transformarlo ni otorgarle la virtud necesaria para ya no pecar, y menos aún, para borrar los errores de su pasado, es decir perdonar su pecado. 

Y así, parado frente al abismo que lo separa de Dios, clame a él desde lo profundo de su corazón, que Dios oye la voz del corazón contrito y humillado y del espíritu quebrantado (Salmo 51:17). Sienta la necesidad y tenga la seguridad del profeta y, como él, deje que su corazón doliente clame: Conviérteme, y seré convertido (Jeremías 31:18). 
Esto nos lleva a una segunda verdad, muy ligada a la primera: para que el arrepentimiento lleve fruto, éste debe llevarlo a la conversión, pero, ¿qué entendemos por conversión? 


CONVERSIÓN es un cambio total en nuestra forma de ser y actuar, como producto de haberse detenido y decidido comenzar de nuevo en una dirección totalmente opuesta y con recursos totalmente diferentes, habiendo puesto la feen Dios, convencidos de que él y sólo él lo hará una realidad.


Éste es el fruto digno de arrepentimiento del que nos habla la Biblia (Mateo 3:8). Pues tan sólo sentir dolor por el ayer, es ser como los fariseos y saduceos que venían para ser bautizados por Juan el Bautista. Esto en nada cambia la condición del hombre delante de Dios.

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