En vez de responder a las preguntas de Job, Dios sigue preguntando. Agranda para Job el campo de lo desconocido e indescifrable. No sólo era incapaz de comprender la arquitectura del universo, tema del capítulo anterior; también escapaban de su comprensión hechos con los que estaba más familiarizado. ¿Por qué llueve sobre el desierto donde no hay hombre? ¿Por qué cuida Dios animales tan feroces como el león y tan feos como el cuervo? ¿Por qué hay seres tan rebeldes como el asno montés o tan faltos de entendimiento como el avestruz? ¿Qué provecho hay en la existencia de aves de rapiña como el gavilán y el águila?
Hay disonancias en el gran concierto de la creación que son inexplicables para el hombre. Nosotros, como Job, debemos reconocer que los horizontes de Dios son mucho mayores que los nuestros. Dios quiere enseñarnos en estas preguntas que todas sus obras parten de una perfección de sabiduría, poder, bondad y justicia que transciende a la inteligencia humana. Debemos confiar en él y debemos adorarle.