El Rey se aproximaba a la ciudad, pero la ciudad permanecía indiferente. Como contraste está:
1. La reacción del pollino: sumisión. Era una bestia de carga que aún no había sido montada, pero no leemos que haya objetado la carga que le pusieron encima (sus mantos) ni al Señor que lo montó. ¿Reconocería a su Creador?
2. La reacción de los dueños del pollino: disponibilidad. A la simple indicación: “El Señor lo necesita” (v. 34Ellos dijeron: Porque el Señor lo necesita), dejan ir su propiedad. ¿Entregamos nosotros, así de fácil, lo que el Señor pide de nosotros?
3. La reacción de los discípulos: alegría. Estos también sintieron que algo especial pasaba y comenzaron a cantar. Los fariseos querían callar este cántico, pero el Señor no permitió tal cosa.
La alegría se disipa sólo hasta que Cristo derrama lágrimas. ¡Cómo mancha la incredulidad los momentos de gozo celestial!
El incidente con que cierra el capítulo también forma un contraste. Para los fariseos, el canto que alababa a Dios estaba fuera de lugar en un camino que llevaba al altar; pero sí permitían el comercio que llenaba sus bolsillos y ofendía a Dios.
¡Cuán trastornadas estaban sus prioridades! Pero, ¿cómo están las nuestras?