La decisión de ir a Egipto ya estaba hecha, según lo vimos al final del capítulo que leímos ayer y lo confirma el versículo 19Jehová habló sobre vosotros, oh remanente de Judá: No vayáis a Egipto; sabed ciertamente que os lo aviso hoy.. Sólo basta el deseo para que Dios dé por hecha una acción justa o injusta del hombre (Sal. 139:4Pues aún no está la palabra en mi lengua, Y he aquí, oh Jehová, tú la sabes toda.). Entonces, ¿por qué Johanán y los que vienen con él buscan consejo de parte de Jehová?
Mañana veremos la falsedad de esta petición. Ellos no buscaban sino la justificación de lo que pensaban llevar a cabo según el plan que se habían trazado. Éstos, en el Nuevo Testamento, se comparan con los “que andan según sus propios deseos, cuya boca habla cosas infladas, adulando a las personas para sacar provecho” (Jud. 16Estos son murmuradores, querellosos, que andan según sus propios deseos, cuya boca habla cosas infladas, adulando a las personas para sacar provecho.).
¿Por qué no quiere Dios que vayan a Egipto? “No quiero la muerte del impío, sino que se vuelva el impío de su camino, y que viva” (Ez. 33:11Diles: Vivo yo, dice Jehová el Señor, que no quiero la muerte del impío, sino que se vuelva el impío de su camino, y que viva. Volveos, volveos de vuestros malos caminos; ¿por qué moriréis, oh casa de Israel? ). Egipto siempre será símbolo del mundo y de las cosas que en él hay. Ofrece al incauto fama y placer, y el creyente no debe ir allá en busca de bienestar porque “cualquiera, pues, que quiera ser amigo del mundo, se constituye enemigo de Dios” (Stg. 4:4¡Oh almas adúlteras! ¿No sabéis que la amistad del mundo es enemistad contra Dios? Cualquiera, pues, que quiera ser amigo del mundo, se constituye enemigo de Dios.).