Durante el sitio de Jerusalén hubo pobreza y hambre y, para ganar prestigio y un poco de pan, hombres y mujeres se pusieron en pie para profetizar, según ellos, en nombre de Dios. Mostraron la astucia de las zorras (v. 4Como zorras en los desiertos fueron tus profetas, oh Israel.) y la pericia de los animales de caza (v. 18y di: Así ha dicho Jehová el Señor: ¡Ay de aquellas que cosen vendas mágicas para todas las manos, y hacen velos mágicos para la cabeza de toda edad, para cazar las almas! ¿Habéis de cazar las almas de mi pueblo, para mantener así vuestra propia vida?). Lograron enseñar a muchos y los engañados obtuvieron, hasta cierto punto, tranquilidad y vivían confiados. Los que no creyeron el engaño seguían atemorizados (v. 22Por cuanto entristecisteis con mentiras el corazón del justo, al cual yo no entristecí, y fortalecisteis las manos del impío, para que no se apartase de su mal camino, infundiéndole ánimo).
La pared blanqueada y el ¡Ay!, nos recuerdan las palabras del Señor contra los escribas y fariseos (Mt. 23:27¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! porque sois semejantes a sepulcros blanqueados, que por fuera, a la verdad, se muestran hermosos, mas por dentro están llenos de huesos de muertos y de toda inmundicia.), pero pensemos: ¡cabe una aplicación a nuestros días!
Hoy también encontramos quienes se levantan como profetas, predicadores y evangelistas para buscar prestigio y riquezas. No todos llegan a este extremo, pero sí predican para agradar a sus oyentes y luego ruegan que Dios bendiga la palabra predicada (v. 6Vieron vanidad y adivinación mentirosa. Dicen: Ha dicho Jehová, y Jehová no los envió; con todo, esperan que él confirme la palabra de ellos.). Busquemos la visión, esperemos sentir la mano que envía y sólo hasta entonces salgamos a predicar contra el pecado y la incredulidad.