Nuestra ciudadanía está en el cielo y aquí en el mundo somos extranjeros y peregrinos. ¡Cierto! Pero tenemos responsabilidades con el país que nos vio nacer y con las autoridades que nuestro Soberano celestial ha establecido para asegurar el orden cívico y social.
El mundo no es menos hostil hoy que cuando el apóstol escribió estas palabras. Reconocemos que estas normas son difíciles de aplicar. Unos fallamos en un extremo y otros en el opuesto. Entendemos que el creyente no debe tomar parte en complots contra gobiernos, aunque sean de dictadores tiranos y corruptos; ni participar en actividades revolucionarias. Debemos hacer el bien y pagar nuestros impuestos. Pero nunca debemos hacer mal, ni siquiera en obediencia a nuestro gobierno, porque hay una ley divina que tiene precedencia sobre la humana.
Los apóstoles no fueron revolucionarios, pero tampoco recibirían carta de buena conducta del departamento de policía de las ciudades donde vivían. Conocían las cárceles por dentro (Hch. 16:23,2423Después de haberles azotado mucho, los echaron en la cárcel, mandando al carcelero que los guardase con seguridad. 24El cual, recibido este mandato, los metió en el calabozo de más adentro, y les aseguró los pies en el cepo.).
Otros temas de este capítulo son el amor, que es el cumplimiento de la ley, y la armadura que debemos vestir, “conociendo el tiempo” (v. 11Y esto, conociendo el tiempo, que es ya hora de levantarnos del sueño; porque ahora está más cerca de nosotros nuestra salvación que cuando creímos.).