Este es el fruto que viene después de la disciplina (Heb. 12:11).

El castigo fue terrible. Sólo 600 hombres quedaron de la tribu de Benjamín (20:47), y el juramento de no dar sus hijas por mujeres a los hijos de Benjamín, acarrearía el exterminio total de esa tribu.

Por tercera vez suben a Bet-el a llorar delante de Dios (v. 2). Las derrotas los llevan allí para examinarse y para edificar un altar. Buscaron la presencia de Dios, lloraron la ruina producida por el pecado y buscaron la restauración del caído (v. 17). Sin restauración la disciplina no tiene sentido.

Nos inquieta el nuevo brote de violencia que mata a los moradores de Jabes-galaad, perdonando sólo a 400 doncellas, pero el juicio sobre Jabes-galaad por su indiferencia y negligencia sirve para mostrar misericordia a Benjamín, el culpable restaurado.

El pueblo, aparentemente unido para castigar, está plenamente unido para restaurar (v. 13). Pero la restauración completa queda para el futuro.

El libro termina con la repetición solemne de la causa del infortunio de Israel y de la iglesia: No reconocían a su rey y “cada uno hacía lo que bien le parecía”. 

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