En este capítulo vemos la cosecha del mal sembrado. Se siembra viento y se cosecha torbellino (Os. 8:7).

Las cuentas finales indican que murieron 25,100 hombres de la tribu de Benjamín y 40,000 de las once restantes.

Hay una apariencia de unidad (v. 11) ya que se reúnen como un solo hombre para juzgar el mal, pero las once tribus se olvidan que Benjamín es su hermano. Preguntan: “¿Qué maldad es esta que ha sido hecha entre vosotros?” (v. 12). No dicen entre nosotros; olvidan que el pecado de una tribu es pecado de todo el pueblo. Dios les había enseñado esta lección poco antes en el juicio del anatema de Acán (Jos. 7:1).

Las once tribus suben a la casa de Jehová y consultan a Dios quien les responde: Judá subirá primero. ¡Qué contraste con el principio del libro! Allí subieron para luchar contra un enemigo extranjero, pero acá contra uno de sus hermanos.

En el primer ataque fueron derrotados (v. 21), pero después de llorar delante de Jehová aprendieron que en las guerras entre hermanos no hay vencedores. Ambos bandos deben ser vencidos para que Dios restaure a su pueblo y sean hermanos. 

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