Las obras no son para ganar el favor de Dios, como enseñan las religiones humanas, sino que son la demostración de que hay fe. Sin ella “es imposible agradar a Dios” (Heb. 11:6).

Al mostrar que las obras son prueba de la fe, Santiago nos está diciendo que la fe es primero porque no se puede probar lo inexistente.

Sólo creer que Dios existe, como lo hacen los demonios, no es tener fe. La fe verdadera ama, confía, obedece y se identifica con Cristo. Aunque Santiago afirma que las obras justifican, no niega el lugar de la fe. Esto es evidente en los casos de Abraham y Rahab. Difícilmente podremos encontrar dos personas más contrastadas (tal vez Nicodemo y la Samaritana sean otras dos), pero tanto Abraham como Rahab nos enseñan lo mismo: primero hubo fe y ésta se manifestó en obras de obediencia (Heb. 11:17-19,31).

Si quitamos la fe de estas dos historias, ¡las obras distan mucho de ser buenas! A él lo acusaríamos de intento de filicidio y a ella, de alta traición a su patria.

Pablo escribió a Tito: “Que los que creen en Dios procuren ocuparse en buenas obras” (Tit. 3:8). Así que, Santiago y Pablo están de acuerdo.

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