“Y Jehová dijo a Moisés:
Vuelve la vara de Aarón delante del testimonio, para que se guarde por señal a los hijos rebeldes; y harás cesar sus quejas de delante de mí, para que no mueran.”
¿Has participado en algunas elecciones? Los candidatos presentan sus programas de trabajo; los de sus partidos alaban sus virtudes y señalan los errores de los oponentes; hay debates, discursos y muchas cosas para ganar el voto popular.
Cuando llega el día, tienes que tomar una decisión y lo haces con referencia a lo que oíste y a lo que sientes. Pero, no todo lo que oíste fue la verdad, no entendiste todos los programas de trabajo o no te dieron todos los datos para evaluarlos correctamente; hay antecedentes, hay presiones, unos te caen bien, otros te caen mal... Pero aún así, fuiste a votar y escogiste un candidato.
¡Qué bien que Dios es quien elige a los que nos presidirán en el Señor! Pues sólo él tiene el conocimiento suficiente para no cometer errores.
A nosotros nos toca otra tarea, que también es difícil: la de reconocer a quien Dios eligió. El pueblo reconoció a Aarón, porque su vara reverdeció, echó flores, arrojó renuevos y produjo almendras (17:8Y aconteció que el día siguiente vino Moisés al tabernáculo del testimonio; y he aquí que la vara de Aarón de la casa de Leví había reverdecido, y echado flores, y arrojado renuevos, y producido almendras. ).
Muchos animales salvajes, cuando los llevan a un zoológico y viven en jaulas, dejan de reproducirse.
Muchas plantas, al sembrarse en macetas y traerse dentro de la casa, dejan de florear.
Muchos varones que dicen haber “sometido” a su esposa, se dan cuenta que ya no tiene la belleza y el atractivo que le conocieron cuando eran novios.
¿Qué pasa en estos casos?
Confunden sumisión con dominar, controlar, sojuzgar y lo que hicieron, fue destruir una parte vital del animal, de la planta o de la persona y, por esto, ya no son lo mismo.
Sumisión es la entrega de la voluntad, pero sin perder las virtudes y las cualidades que nos hacen valiosos y diferentes. Pero lo segundo está en las manos del que recibe esa voluntad.
Por esto, la sumisión demanda fe, pues entrego todo lo que soy, creyendo que el que lo recibe no me va a destruir, sino todo lo contrario, me hará florecer.
Esto tiene que entenderse y aplicarse en tres esferas:
a) Nuestra relación con Dios, como hijos y siervos.
b) Nuestra relación como esposos, padres e hijos.
c) Nuestra relación como miembros del cuerpo de Cristo.
La orden de Dios es que nos sometamos los unos a los otros. La instrucción para las esposas es que se sujeten a sus maridos. Lo sabio es que las casadas aprenderán cómo, al ver a sus esposos sujetos al Señor.