Todos seremos juzgados como administradores y debemos procurar ser fieles al Señor a quien servimos y cuyos bienes administramos. Existen tres tribunales que nos juzgan:
1. El de los hombres (v. 3Yo en muy poco tengo el ser juzgado por vosotros, o por tribunal humano; y ni aun yo me juzgo a mí mismo.). Éste, las más de las veces, alaba al siervo perezoso y negligente y censura al fiel. Pablo tenía en poco el veredicto de este tribunal.
2. El de la conciencia (v. 4Porque aunque de nada tengo mala conciencia, no por eso soy justificado; pero el que me juzga es el Señor. 5Así que, no juzguéis nada antes de tiempo, hasta que venga el Señor, el cual aclarará también lo oculto de las tinieblas, y manifestará las intenciones de los corazones; y entonces cada uno recibirá su alabanza de Dios.). No somos competentes para valorar nuestro servicio. Somos capaces de sentir orgullo por un trabajo mal hecho y sufrir desánimo cuando estamos haciendo exactamente lo que Dios quiere que hagamos. Otro peligro de este tribunal es que nuestra conciencia puede estar atrofiada.
3. El tribunal de Cristo (vs. 4,54Porque aunque de nada tengo mala conciencia, no por eso soy justificado; pero el que me juzga es el Señor. 5Así que, no juzguéis nada antes de tiempo, hasta que venga el Señor, el cual aclarará también lo oculto de las tinieblas, y manifestará las intenciones de los corazones; y entonces cada uno recibirá su alabanza de Dios.). Sólo él ve las intenciones del corazón. Debemos vivir y servir; resistir críticas y perseverar, recordando que “cada uno recibirá su alabanza de Dios” (v. 5Así que, no juzguéis nada antes de tiempo, hasta que venga el Señor, el cual aclarará también lo oculto de las tinieblas, y manifestará las intenciones de los corazones; y entonces cada uno recibirá su alabanza de Dios.). ¡Qué promesa tan maravillosa!