Hoy leímos de las ofrendas que Dios recibía con la pascua, los ázimos o panes sin levadura y las primicias. Becerros, corderos y machos cabríos tenían que estar en plenitud de vigor y sin defectos.
Siguiendo el énfasis en lo que Dios recibe, más que en el beneficio al oferente, busquemos una aplicación de esta enseñanza.
Cuando predicamos el evangelio al pecador o ministramos la Palabra a los creyentes, no sólo estamos presentando algo que suple la necesidad del hombre, también estamos presentando un sacrificio de olor suave, muy agradable a Dios. Dios oye y se agrada cuando hablamos de las glorias, la perfección, la humildad y la obediencia de su Hijo.
Tal vez nos esforzaremos más al preparar la próxima lección de la Escuela Dominical o la próxima plática que vamos a dar a los hermanos si recordamos que Dios también nos estará escuchando y que a él le agrada que hablemos bien de su Hijo.