Cada una de ellas fue pronunciada desde una cumbre distinta. En la tercera y cuarta no hay sacrificios, pero sí la intervención del Espíritu que da palabras y abre los ojos del profeta.
Este ve tiendas hermosas, ordenadas como un huerto de áloes y cedros, plantado junto a aguas y que destila aguas. Luego habla de un rey (v. 7De sus manos destilarán aguas, Y su descendencia será en muchas aguas; Enaltecerá su rey más que Agag, Y su reino será engrandecido.) que será enaltecido.
El profeta “caído, pero abiertos los ojos” (v. 16Dijo el que oyó los dichos de Jehová, Y el que sabe la ciencia del Altísimo, El que vio la visión del Omnipotente; Caído, pero abiertos los ojos:) ve no sólo lo que Dios va a hacer con Israel, sino también con el Mesías, la Estrella que saldría de Jacob; la Estrella resplandeciente de la mañana. La Estrella no trata tanto de la primera venida sino de la segunda, cuando nacerá un nuevo día y los reinos del mundo vendrán “a ser de nuestro Señor y de su Cristo” (Ap. 11:15El séptimo ángel tocó la trompeta, y hubo grandes voces en el cielo, que decían: Los reinos del mundo han venido a ser de nuestro Señor y de su Cristo; y él reinará por los siglos de los siglos.).
Hay un paralelo interesante entre los cuatro imperios vistos por Nabucodonosor y Daniel y lo que Balaam dice de Amalec, el ceneo y las naves de las costas de Quitim. Todos perecerán, pero el rey enaltecido por Dios reinará para siempre.