Sigamos con el tema de ayer: nuestros sacrificios. Si nosotros despidiéramos a un hijo o hija para vivir en la sierra entre indígenas llevando el evangelio de Cristo, ¿lloraríamos o cantaríamos? Veamos por qué cantó Ana:
1. Nunca pensó que había perdido a su hijo: lo había dedicado a Jehová (1:28Yo, pues, lo dedico también a Jehová; todos los días que viva, será de Jehová. Y adoró allí a Jehová.).
2. Desde el primer día que lo tuvo en sus brazos dijo que era de Jehová (1:11,2011E hizo voto, diciendo: Jehová de los ejércitos, si te dignares mirar a la aflicción de tu sierva, y te acordares de mí, y no te olvidares de tu sierva, sino que dieres a tu sierva un hijo varón, yo lo dedicaré a Jehová todos los días de su vida, y no pasará navaja sobre su cabeza. 20Aconteció que al cumplirse el tiempo, después de haber concebido Ana, dio a luz un hijo, y le puso por nombre Samuel, diciendo: Por cuanto lo pedí a Jehová.) y sin duda así se lo enseñó a Samuel.
3. Se sintió exaltada y engrandecida al saber que Dios había permitido que ella criara y educara a un hombre para que le sirviera a él toda su vida. Este es el tema de su alabanza y base de su regocijo en el canto que leímos hoy.
Además, pensemos en cómo preparó Ana esta ofrenda. Ella fue la que enseñó al niño la ley de Jehová y lo hizo en medio de un mundo pagano (3:1El joven Samuel ministraba a Jehová en presencia de Elí; y la palabra de Jehová escaseaba en aquellos días; no había visión con frecuencia.); ella le enseñó a ministrar alegremente (v. 11Y Elcana se volvió a su casa en Ramá; y el niño ministraba a Jehová delante del sacerdote Elí.); le enseñó, además, que lo más hermoso y la mayor riqueza es servir fielmente a Jehová. Es por esto que la historia del “niño Samuel” tiene tan bellos matices de madurez espiritual, dedicación y santidad.
¿Preparamos así y con tanto esmero lo que le damos a Dios?