Dos cosas nos asombran en nuestra lectura de hoy:
1. La necedad y capricho de un pueblo que conoce a un Dios justo y misericordioso; necedad que raya en irreverencia.
2. La bondad y amor de Dios que, siendo santo y celoso, no los destruye de inmediato.
Ciertamente Dios deja que los de su pueblo analicen su error: quizá se vuelvan a él y no los consuma. Pero él no sufrirá eternamente sus rebeliones y pecados (Jos. 24:19Entonces Josué dijo al pueblo: No podréis servir a Jehová, porque él es Dios santo, y Dios celoso; no sufrirá vuestras rebeliones y vuestros pecados.). Sólo cuando ya era tarde lo reconocieron y lo lamentaron (Sal. 137Ir a la Biblia en línea).
Nosotros ahora, quizás, no actuaríamos así abiertamente, con nuestro Señor, ni contradiríamos su palabra, pero, si recordamos que somos pueblo a él cercano (Ro. 9:25Como también en Oseas dice: Llamaré pueblo mío al que no era mi pueblo, Y a la no amada, amada.), aunque antes estábamos sin Cristo (Ef. 2:12En aquel tiempo estabais sin Cristo, alejados de la ciudadanía de Israel y ajenos a los pactos de la promesa, sin esperanza y sin Dios en el mundo.), veremos que hay gracia de por medio y que esto no es de nosotros, sino de Dios (Ef. 2:8,9 8Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; 9no por obras, para que nadie se gloríe.). Dios nos creó para buenas obras.
No es necesario levantar nuestra mano y tratar de desafiar a Dios para ser como los del remanente de Judá. Esto, en la gracia, es posible con acciones menos dramáticas. Frente al amor de Dios, cualquier desobediencia es pecado y cualquier discordia ante la voluntad del Señor, le ofende. Recordemos: la gracia nos obliga a dar todo, y sólo bastará una mirada para que nuestro corazón sea compungido (Lc. 22:61Entonces, vuelto el Señor, miró a Pedro; y Pedro se acordó de la palabra del Señor, que le había dicho: Antes que el gallo cante, me negarás tres veces.).