LA fe nos pone en contacto con Dios, enciende y alimenta la llama de nuestro amor y abre nuestros labios en oración y alabanza. Sin ella “es imposible agradar a Dios” (Heb. 11:6Pero sin fe es imposible agradar a Dios; porque es necesario que el que se acerca a Dios crea que le hay, y que es galardonador de los que le buscan.).
Examinemos el poder de la fe en uno de los pasajes más bellos de la Biblia. Dios probó a su siervo Abraham para que éste demostrara la realidad y fortaleza de su fe. Una fe sin probar es una fe incierta. La prueba fue dura: “Toma ahora tu hijo, tu único, Isaac, a quien amas,... y ofrécelo allí en holocausto” (v. 2Y dijo: Toma ahora tu hijo, tu único, Isaac, a quien amas, y vete a tierra de Moriah, y ofrécelo allí en holocausto sobre uno de los montes que yo te diré.).
Abraham se levantó temprano y se apresuró a obedecer. La obediencia inmediata es siempre la mejor. ¿Vacilamos, discutimos, buscamos interpretar la Biblia de modo que nos permita evitar sacrificar algo a Dios? ¿Obedecemos como Abraham?
La fe de Abraham persiste durante el viaje de tres días y no titubea en el momento final. Da una respuesta sublime a su hijo sobre el cordero para el sacrificio. En la angustia de ese momento, la fe le permite decir: “Dios se proveerá de cordero para el holocausto” (v. 8Y respondió Abraham: Dios se proveerá de cordero para el holocausto, hijo mío. E iban juntos.).
En el caso de Abraham, la voz que ordenó, al fin prohíbe. Pero el Dios que proveyó sustituto para Isaac, y para nosotros, no encontró sustituto para su Hijo unigénito (Ro. 8:32El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con él todas las cosas?).