CON razón dijo el Señor: “Si no os volvéis... como niños, no entraréis en el reino de los cielos” (18:3y dijo: De cierto os digo, que si no os volvéis y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos.). Si un niño hubiera estado frente a Jesús y Barrabás, no lo pensaría dos veces, elegiría a Jesús.
No basaría su decisión en preguntas, comparaciones y razonamientos; elegiría a Cristo porque el instinto del niño sabe dónde va a encontrar seguridad, cariño y comprensión. Lo hemos visto suceder muchas veces cuando un niño llega a estar entre extraños.
¿Por qué tantos rodeos cuando tenemos que decidir por Cristo? Es que, como adultos, ya hemos gustado el orgullo que nace de la adulación cuando complacemos a la multitud, ya hemos sentido la vanagloria de ejercer autoridad, y apreciamos más estas bagatelas que aquello que tiene valor eterno.
Rendirse al señorío de Cristo implica renunciar a privilegios humanos. Tenemos que aprender a decir: ¡No!, cuando todos dicen: ¡Sí! Tenemos que decir: Hosanna, cuando todos griten: Crucifícale.
Pero, ¿qué no vale la pena?