“Dios mio, Dios mio”

LA cuarta palabra fue pronunciada a la hora novena, a las quince horas o tres de la tarde según nuestra manera de medir el tiempo. Una extraña oscuridad había cubierto la tierra desde el medio día. Más que burla, había ahora miedo en los que rodeaban la cruz. De pronto, dramáticamente, con voz fuerte Cristo clama: “Elí, Elí ¿lama sabactani?” (Mateo 27:46Cerca de la hora novena, Jesús clamó a gran voz, diciendo: Elí, Elí, ¿lama sabactani? Esto es: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?).

Fue el lenguaje de su niñez. Aprendió estas palabras del Salmo 22Ir a la Biblia en línea en hebreo y los que lo rodeaban ahora no las comprendieron; pensaban que llamaba a Elías. El evangelista nos dice que son el equivalente a: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” ¿Se trataba de una simple cita del Salmo 22? Fue más que una cita, fue el cumplimiento de esas palabras proféticas.

Nos hará bien reconocer que no somos capaces de comprender todo lo que significa esta expresión. ¡Dios abandonado por Dios! ¿Cómo puede ser esto? Este clamor se registra en dos de los Evangelios, así que aunque no podemos llegar a la profundidad de su significado, algo debemos comprender. Este clamor nos da una idea de la distancia cubierta para salvar al hombre. De la gloria al pesebre, del pesebre al Calvario y, estando en la cruz, llegar al lugar del desamparo, a las tinieblas terribles donde ya no se percibe la presencia de Dios.

Pablo describe este viaje en Filipenses 2:6-86el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, 7sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; 8y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. : “Siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a qué aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz”. 2 Corintios 5:21Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él. lo dice en forma aún más gráfica: “Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él”. En esos momentos “Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros” (Isaías 53:6Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino; mas Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros.).

Podemos, hasta cierto punto, comprender los sufrimientos físicos de la cruz, pero en realidad son sólo el símbolo de algo peor. Parte del tormento queda encerrado en la pregunta: ¿Por qué? Este es el clamor de la mente que busca comprender. El ¿por qué? no recibe respuesta en ese momento de oscuridad. Cristo clama, y el cielo no responde. El tormento mental y moral es más severo que el meramente físico.

La agonía del infierno se deja ver en la palabra desamparado. Durante su ministerio, Cristo sintió el dolor de ser desamparado por su familia, rechazado por sus coterráneos en Nazaret y por su pueblo en general (Juan 1:11A lo suyo vino, y los suyos no le recibieron. ). Uno de sus discípulos lo traicionó, otro lo negó y todos lo abandonaron. Pero en todas estas aflicciones siempre pudo levantar el rostro al cielo y gozar la comunión de su Padre, él siempre estaba allí para fortalecerle, ¡pero ahora no! Dios le da la espalda. No lo podemos explicar, es un misterio. Se nos relata esto para que tengamos idea de lo horrendo del pecado y del tremendo precio pagado para redimirnos.

Este desamparo es la peor agonía del infierno que será el destino eterno de todos los que se olvidan de Dios. ¿Cómo puede un hombre permanecer impasible ante la tremenda certidumbre de una eternidad de tinieblas, sin amor, sin esperanza, sin Dios? Recordemos que Cristo fue desamparado por Dios para que ningún hombre tenga que sufrir lo mismo. Pero lo sufrirá todo el que tenga en poco una salvación tan grande.

Señor Jesús, tomaste mi lugar
Cual víctima ligada sobre altar;
Su fuego conseguiste apagar,
Señor, por mí, por mí.

Tu sangre es, oh Cristo, mi virtud,
Tu muerte de justicia es mi salud,
Pecado hecho, a mi similitud,
Señor, por mí, por mí.

Tal como fuiste, eres hoy Señor,
Pues inmutable es tu divino amor:
En gloria vives como Salvador,
Señor, por mí, por mí.

Confío en tu probada caridad,
Sé mi refugio en la tempestad;
Enséñame a gozar tu amistad,
Señor, a mí, a mí.

“El Sembrador”
La Semilla es la Palabra de Dios
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