Lágrimas

“PON MIS LÁGRIMAS
EN TU
REDOMA”
(Salmo 56:8).

Las lágrimas que Dios junta, son aquellas que dicen: Te amo.

Pensamiento tomado de las cartas de don Eglón Harris, fundador de “El Sembrador”.

LAS lágrimas se derraman por dolor: dolor físico, cuando se está enfermo o se ha sufrido un accidente; o dolor moral, cuando se sufre una ofensa o se recibe una calumnia y cuando se reconoce un error.

También hay las lágrimas que brotan cuando el trabajo es intenso o cuando los anhelos no se vuelven realidad; pero, ¿a cuáles lágrimas del siervo se refería el salmista cuando suplicó a Dios: “Pon mis lágrimas en tu redoma” (Salmo 56:8)?

Deben ser las lágrimas del siervo que va llorando, llevando el evangelio de la paz (Salmo 126:6), o las del padre que, como Pablo, amonesta a sus hijos con toda la intensidad de su alma (Hechos 20:19,31).

Estas lágrimas son el recuerdo de un esfuerzo hecho en el nombre del Señor; son testimonio de energías gastadas en su servicio; son perlas que adornan el lazo de amor que une a dos personas que se aman. Por esto Dios las junta.

No son las lágrimas de mi arrepentimiento, ni son las lágrimas que derramo al sentir la disciplina de mi Padre celestial. Éstas vienen por pecado cometido y están ligadas a momentos que Dios olvida cuando llegamos a él arrepentidos e imploramos su perdón.

Las lágrimas que Dios junta, son aquellas que le dicen: Te amo. Son lágrimas que están ligadas a mi gratitud y que testifican que no me importa que mi vida sea derramada en libación sobre su altar, si así su nombre es alabado (Filipenses 2:17).

¿Cuántas lágrimas de aquellos que han laborado y aún laboran en “El Sembrador” ha recogido Dios en su redoma? ¿Cuántas, de aquellos que han sembrado su preciosa semilla en caminos de piedra, rodeados de cardos y espinas?

¿Cuántas lágrimas suyas, estimado lector, están en la redoma de Dios?

El dolor de una madre, se vuelve alegría cuando ve a su hijo nacer. Las lágrimas del que siembra, se transforman en cantos de alabanza del que llena el alfolí con la semilla segada. Dios promete cambiar nuestras lágrimas en gozo (Isaías 61:3), pero primero, ¡ha de haber lágrimas!

No pidamos escapar de una forma tan hermosa y tan sincera de decirle a Dios: Te amo. La lágrima que hoy desciende por mi mejilla, mañana, será la joya que adorne la corona que, gozoso, pondré a sus pies.

“La Garita”, entrada a Orizaba, al poniente, a principios del siglo XX.

“La Garita”, entrada a Orizaba, al poniente, a principios del siglo XX.

 

“El Sembrador”
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